David Barbero
-Esta tarde noche he acudido al teatro Campos Elíseos de Bilbao con el propósito de ver la representación de la obra titulada ‘Camino a la Meca’, interpretada por la veterana y reconocida actriz Lola Herrera. Además la pieza venía precedida por cierta fama por las representaciones tanto en capitales europeas como americanas.
El texto es del británico Athol Fugard. Está adaptado aquí por el también reconocido autor Claudio Tolcachir. La interpretación está encabezada por la citada Lola Herrera, acompañada por su hija Natalia Dicenta y por el también veterano Carlos Olalla.
Aprovecho los nombres del reparto para, una vez vista la obra, comenzar por un comentario colateral dedicado a Lola Herrera y festejar que está llevando con inteligencia y valentía esta parte última de su carrera artística, cosa que no han sabido hacer otras intérpretes de su edad.
‘Camino a la Meca’ es un testimonio discursivo sobre la vejez, la libertad y la soledad. Una exposición, reiterada, de que la vida no se mide en años sino en deseos, en la capacidad de seguir soñando y construyendo un camino propio hasta el final. Pero sin aportar elementos novedosos en ese alegato, ni tampoco prodigarse en motivaciones que apoyen la intriga, el interés o la variedad en el texto y en la puesta en escena.
Claudio Tolcachir se ha encargado de la adaptación, quizá con la intención de acercar ese mensaje. A la actualidad. También se ha responsabilizado de la dirección escénica, pretendiendo que el montaje se convirtiera en una metáfora viva de sus temas esenciales como la lucha entre la luz y la oscuridad, la libertad frente al aislamiento y la creación en conflicto con el miedo. Pero sin aportar alicientes de agilidad, innovación o atractivos escénicos.
La traslación de toda la carga simbólica se materializa en el trabajo de escenografía e iluminación. Alessio Meloni construye un universo escénico que encapsula la dualidad entre encierro y libertad, entre opresión y creación. Por su parte, la iluminación de Juan Gómez-Cornejo juega ese mismo intento en la dramaturgia visual.
De esa manera, la interpretación se ha convertido en el mayor aliciente. En ese sentido, hay que destacar la presencia de Lola Herrera. A sus 89 años, la actriz vuelve a demostrar que es una gran intérprete con capacidad expresiva. Su manera de transitar entre la determinación y la duda, entre la energía creadora y el cansancio de quien ha peleado demasiado, es digna de mención especialmente a su edad..
A este desafío, se suma un reto personal: compartir escena con su hija, Natalia Dicenta, en un ejercicio de complicidad escénica. Completa el elenco Carlos Olalla, que encarna la mirada represora de una sociedad que no tolera la diferencia.
En consecuencia, un estimulante acontecimiento teatral por numerosos motivos. Pero sobre todo por la presencia de la veterana actriz. El aforo del teatro Campos Elíseos estaba completamente lleno en su honor. A ella, han ido también dedicados los emotivos aplausos del numeroso público puesto de pie.