Desde la fila tres del patio de butacas
Por David Barbero | 22 enero 2020 - 12:25 pm
Categoría: General

David Barbero

-No cometeré la osadía de intentar hacer una valoración crítica de ‘El holandés errante’, la gran ópera de Richard Wagner. La vi ayer, en el palacio Euskalduna de Bilbao, dentro de la 68 temporada de la ABAO. Sería pretender pasar por entendido.
-Pero sí que deseo exponer la enriquecedora aventura que significó esta asistencia y este disfrute. Pongo el calificativo de ‘enriquecedora’ por lo que aporta para nuevos conocimientos y de satisfacción artística.
-Comienzas con el compromiso de releer y buscar más datos o interpretaciones sobre el autor y la obra, con el fin de apreciar la visión con más matices.
-Te dejas llevar por la música profunda y envolvente. Por la dirección apasionada. Por la interpretación vibrante.
-Las voces de los cantantes comienzan a arrastrarte desde el principio. Procuras fijarte en sus maneras, en sus expresiones, en sus gestos. Los sonidos vocales te contagian.
-El decorado espectacular te impresiona por su consistencia rotunda. Su fuerte e inmóvil esteticidad. Ves lejana la proyección de imágenes de la tormenta exterior. Te llegan dudas sobre el desarrollo de la lucha entre el barco y las olas. Quizá hubieras preferido un mayor desequilibrio, interacciones violentas, movimientos inestables.
-Te vas metiendo en los personajes. O ellos en ti. La contundencia del holandés, condenando a navegar sin llegar a puerto en mucho tiempo. Quizá echas en falta alguna muestra escénica de su necesaria fragilidad interior.
-El gran decorado espectacular sigue ahí. Casi siempre oscuro. Piensas que su magnanimidad puede estar desaprovechada.
-Te fijas en la caracterización psicológica de Senta, la protagonista. Su presencia total. La insistencia del director de escena por hacerla niña, por destacar sus desequilibrios interiores. Por no fortalecer su adulta, valiente y firme decisión de ser fiel hasta la muerte.
-Te disgusta no ver a los miembros de los coros, mientras oyes sus voces. Piensas en el juego escénico que podían haber aportado.
-Te impresiona la entrada – la penetración- del buque fantasma en la gran plataforma, que continúa estática. Impasible.
-Te sigue impresionando la profundidad emocional y psicológica de los personajes. Deseas su mayor contundencia presencial sin obstáculos.
-Tienes tiempo, en el descanso, para contrastar opiniones. Para compartir vivencias. Para aclarar o aumentar las dudas. Para discrepar. Para coincidir.
-Regresas a la fuerza y el arrastre de la música. A la orquesta y al director los sigues viendo y escuchando con la pasión impertérrita. La plataforma sigue allí.
-Y terminas gratificado, enriquecido de haber vivido – convivido – la aventura del holandés errante, la de Senta, la de su padre ambicioso o los celos de su novio cazador. También la pasión del director y los músicos. Haber deseado más presencia para los coros. E incluso discrepar con el director de escena. ¡Toda una experiencia artística!

Esta entrada se escribio el Miércoles, 22 enero 22 2020 a las 12:25 pm. en la categoría: General. Puedes seguir los comentarios de esta entrada usando RSS 2.0 feed. Puedes dejar una respuesta, o trackback desde tu pagina web.

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