Desde la fila tres del patio de butacas
Por David Barbero | 14 febrero 2021 - 12:19 am
Categoría: General

David Barbero

-Antes de llegar a casa, esta tarde-noche, después de presenciar en el teatro Arriaga la obra ‘El salto de Darwin’, ya me había dado cuenta de que la culpa era mía por mis expectativas previas.
-Digamos que la obra ‘El salto de Darwin’, que se ha presentado en el teatro municipal de Bilbao, es un texto de Sergio Blanco, escritor uruguayo afincado en París. Está dirigido por Natalia Menéndez, que es la responsable artística del Teatro Español de Madrid. Allí ha tenido lugar el estreno mundial de este texto.
-El argumento de la obra recoge un viaje en coche que se realiza por la ruta Nº 40, que recorre Argentina de norte a sur. Lo lleva a cabo una familia en su Ford Falcon del año 1971. Lo hacen coincidiendo con la terminación de la guerra de las Malvinas en 1982.
-Llevan a cabo ese viaje con el fin de depositar allí las cenizas de su hijo muerto durante esa contienda. Pero el texto pone el énfasis en que, a la vez que ese viaje exterior, se produce también un recorrido interior. Todos los personajes deben realizar una transformación dentro de ellos mismos.
-Incluso se asegura que el autor tiene la intención de dar trascendencia a esas transformaciones individuales para lograr un reflejo social de mayor extensión. Ahí habría que colocar el deseo de denunciar el peligro de que el ser humano esté realizando un viaje de regreso hacia su animalidad. Se refuerza así la intencionalidad antibelicista de la pieza.
-Con esa intención, también se enfatiza un giro añadido al llevar a cabo este proyecto en un tono de tragicomedia. En numerosos momentos, la intensidad cómica se mezcla y hasta diluye el teórico dramatismo de la situación funeraria por la muerte reciente del familiar tan cercano.
-Se puede decir que existe un cuidado notable hacia los personajes. Seguramente resulta más evidente en los femeninos. La madre, la hermana y la supuesta novia del soldado muerto. Con esta última, el autor juega, al darle el nombre de Kasandra, para introducir referencias clásicas y sugerencias sicodélicas y eróticas.
-En este sentido, es preciso reconocer el merito y el esfuerzo a las actrices que las interpretan: Goizalde Núñez, Olalla Hernández y Cecilia Freire. Pero sería injusto olvidarse de Jorge Usón, Juan Blanco y Teo Lucadamo, que también luchan con sus roles complicados.
-Para finalizar, debo aclarar porqué al principio atribuía la culpa a mis expectativas previas. He acudido a ver esta obra muy ilusionado por contemplar cómo se proyectaba sobre el escenario algo tan curioso como una road-movie teatral. Y el planteamiento, – pido perdón -, me ha parecido estático. Ni siquiera las proyecciones de la ruta estaban en la dirección del coche. No debo ocultar tampoco que la comicidad me ha recordado el teatro costumbrista de hace décadas. Pero seguramente lo más perjudicial para el desarrollo dramático sea el recurso continuado a explicaciones sobre lo que tenía que suceder sobre el escenario y entenderse con la acción.
-¡Ay, las dichosas expectativas!

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