David Barbero
-Estos días recién pasados, he realizado la experiencia de comprobar si ‘Hoy, última función’ me seguía paciendo cada vez una pieza teatral nueva, incluso viéndola dos días seguidos. El miércoles, la volví a ver en el Teatro Arriaga y, ayer, en Pabellón 6.
-La disfruté, por primera vez, en su estreno en los años iniciales de la década de los noventa. No sólo estábamos en el siglo pasado. Era también el pasado milenio.
-Diré que me ha vuelto a parecer ’nueva’, por lo menos, en un doble sentido. Cada función tiene una vida propia, específica y diferente. Es erróneo, creo, decir que una obra de teatro la tienes ‘vista’ por haber asistido a una de sus representaciones.
-También me sigue pareciendo nueva por mantenerse vigente y actual. Conecta con el público de hoy. Sigue emocionando. Continúa hipnotizando y atrayendo con su magia en este momento.
-A mi entender, la clave está en haber dado con las emociones y sentimientos fundamentales, eternos y comunes a todos. Ahí están la ilusión, el amor, el fracaso, la esperanza, el humor, la ironía, la autoestima y la auto burla, el fin y el comienzo, el volver constantemente a empezar o el estar terminando desde el principio…
-Ahí está condensado el gran amor por el teatro, la entrega al oficio teatrero, duro y magnífico en similares proporciones. La pasión por el escenario como vivencia personal, a la representación como forma de sobrevivir, de comunicarse…
-No faltan dos personajes potentes, enteros, sólidos, poliédricos, contradictorios y uniformes a la vez, como son Nicéforo y Semíramis.
-Y otra clave importante: dos actores extraordinarios. Ramón Barea e Itziar Lazkano. O al revés. Sin ellos, no se sostendría todo ese tinglado de la vieja y la nueva farsa.
-Por nadie de todos ellos, pasan ni los días, ni los años, ni los siglos ni los milenios.
-Así que… (Pausa dramática)… nos volveremos a ver en el próximo…