David Barbero
-Ayer acudí, de nuevo, al Teatro Arriaga de Bilbao para ver otra vez la representación de ‘El jovencito Frankenstein’. Actuaban los mismos intérpretes. Había idénticos efectos, canciones, bailes,… Sin embargo, la vivencia fue diferente.
-El motivo de esta diferencia fueron los acompañantes con los que asistí a la representación. Fui con mis nietos. Además de la afectividad dentro del grupo, comprobé, otra vez, la diferente manera que tienen los niños de vivir un espectáculo que les atrae y les engancha. Supongo que también sucederá con una obra que les disguste o les desagrade.
-En esta ocasión, era otro espectáculo paralelo ver cómo se emocionaban, se inquietaban, se alegraban, se mordían las uñas o ponían el ceño con cada acontecimiento que sucedía a los personajes. Sobre todo al monstruo.
-Las dudas iníciales; la curiosidad en el proceso; los temores con las primeras reacciones negativas; la satisfacción con el progreso; el asentimiento con la reconversión; el entusiasmo con las buenas acciones; los aplausos en su baile; la explosión en el triunfo final.
-Las personas mayores acudimos a los espectáculos más condicionados. Vamos con espíritu crítico; con intereses retorcidos. Cargamos con una mochila emocional e intelectual más compleja. Esta mochila se hace todavía más complicada, si tienes alguna vinculación con las artes escénicas.
-Entre las conclusiones que saqué ayer en esta nueva vivencia, destacaba la necesidad de aligerar de prejuicios la propia mochila.
-También me ratifiqué en la conveniencia de dar oportunidades a los más pequeños para emocionarse, dudar, ponerse nerviosos, admirar, inquietarse, entusiasmarse, meterse en la piel, vivir dentro de sus héroes de ficción. En esta ocasión, puede ser el monstruo de ‘El jovencito Frankenstein’ y cualquier otro personaje femenino o masculino.
-Hablando de oportunidades, también lo es, y muy grande, vivir ese otro espectáculo más cercano.